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domingo, 2 de septiembre de 2012

¡Apaga la luz, coño! (Cine y Educación)

Imagen tuneada del cine de verano de la Diputación de Sevilla, de Manuel Martínez Delgado
Aquella película me estaba llegando al alma.

En aquel cine viejo de sillones incómodos, sonido mediocre y público ruidoso que comía pipas, yo me metía tan dentro de la pantalla que no veía nada más a mi alrededor. Ocasionalmente, quizá, había un niño que me cogía la mano intentando emocionarse con algo real, pero a mí me gustaba más la película. Bien porque fuera bonita, o bien porque el drama que estaba contando, afortunadamente pensaba yo, no me pasaba a mí, el niño que me cogía la mano se convertía en invisible y yo me iba muy lejos del sitio que ocupábamos. Era como abstraerse con un buen libro, pero con sonido, colores y movimiento.

En aquel cine viejo, cuando la película terminaba, las luces tardaban mucho en encenderse para que la gente pudiera ir saliendo. Tanto, que a algunos les daba tiempo a recomponerse las lágrimas, a cambiar esa cara como de volver de otro mundo, o también, hay que admitirlo, cerrarse la bragueta. También era una gran oportunidad para mi hermano que cogía la fibra de vinilo (creo que era de vinilo) que se escapaba por los agujeros de la tapicería de la pared y nos la metía por el cuello de la ropa ganándose una buena tunda y un castigo monumental. Cómo se reía el muy ladino...

En aquel cine viejo había quien, aún a riesgo de parecer idiota, se interesaba por los créditos. La localización, la peluquería, quién hizo de sombra o asistente de la primera actriz o quién cantaba esas canciones tan bonitas y que tan bien acompañaban a los actores que vivían aquellas aventuras, historias de amor, desamor o asesinatos. Eran datos, curiosidades, que muchos queríamos conocer. Hay que decir que ayuda a no aburrirse en la entrega de premios de cualquier festival esperando a los actores protagonistas, como si estos fueran los únicos importantes en una creación tan de equipo.

Pues bien, esos idiotas que nos quedábamos clavados en el asiento por tieso que fuera, vivimos ahora momentos duros. Muy duros. Porque ahora también queremos hacer todo eso, pero ya no nos dejan hacerlo en paz. Porque ahora, las salas de cine son parques temáticos donde te venden cubos de palomitas que no te dejan prestar atención (has de cuidar no caerte dentro si no sabes nadar) y tu sillón es amplio y cómodo, pero está lleno de las palomitas que inevitablemente se caen, churretes de fanta aguada, o es asaltado por un señor que limpia las susodichas palomitas antes casi de que te dé tiempo a levantarte, de manera que difícilmente se queda el sillón un rato en paz, solitario y relamiéndose con lo que ha vivido en la pantalla, y tú tienes que irte sí o sí, porque te fulmina con la mirada. Menos yo, que no me voy porque no me da la gana y porque consumo hasta el último céntimo de los más de seis euros que pago. Más IVA.

Los idiotas que lloramos o nos quedamos con la boca abierta después de haber vivido fuera de la realidad un par de horas, decía yo, vivimos momentos duros. Porque además, ahora las luces son automáticas y antes de que te hayas limpiado los mocos, un foco te ciega la pena o la diversión. Si te estaban metiendo mano, no te da tiempo a relajar la expresión y poner cara de aquí no ha pasado nada. Si la película removió tus cimientos, el foco asesino que te ilumina el fondo de ojo desde lo alto de la sala, te saca de tu ensimismamiento dejándote con las emociones al aire. Es muy, muy doloroso.

Cuando pones una reclamación, los que gestionan las salas dicen que no pueden solucionar ese problema, que "eso es así". Odio esa expresión cada vez que me la dicen. Toda la vida escuchando "eso es así" cuando yo sé de sobra que lo que hoy es así mañana puede ser asá. Farsantes. Si la expresión "eso es así" fuera verdad, estaríamos todavía en las cavernas. Claro que si lo pienso bien, me doy cuenta de que estamos volviendo a ellas, aunque ahora las hagan de ladrillo y se quemen por estar construidas donde nunca debieron construirse.

Total, que siendo el cine uno de los mayores placeres que me gusta regalarme, siento con dolor que tendré que dejar de ir a ver películas a las salas comerciales. Tendré que pagar en Internet o comprar DVDs para verlas en mi casa donde el sonido, la amplitud de la pantalla y el clima de estar sintiendo cosas rodeada de desconocidos o de admiradores secretos es algo que nunca podré tener. Y todo por culpa de quienes viven del cine, pero no lo aman.

Desde que acompaño a mi alumnado al cine, casi lo único que me importa que aprendan es que una película no termina hasta que la pantalla se queda en negro zahíno, y que lo único que escuchemos sea al final de verdad, el sonido de la cinta que da las últimas vueltas, sabéis ese al que me refiero, cierra los ojos y escúchalo... Mientras ese sonido se va perdiendo, sin hablar, nos limpiamos las lagrimillas, estiramos el cuerpo tenso de tanta emoción, sonreímos buscando opiniones silenciosas en quienes compartieron la sala con nosotros, leemos los créditos, nos sorprendemos por todo lo que nos pueden enseñar, damos el último apretón a la mano que nos acariciaba antes de soltarla, y... siempre hay alguno que me pregunta: "Lola, ¿es que no nos vamos a ir nunca?. Los demás ya se han ido" Y yo le digo: "Claro que sí, pero solo cuando acabe la película, y no me importa si el señor de la escoba piensa que soy idiota, porque yo sé que quien hizo esta película, quiere que nos quedemos hasta el final." Sé que mi alumnado va cada vez menos al cine (y eso que son de posibles cultural y económicamente) y que, cuando van, salen despavoridos de la sala como sale todo el mundo, como si hubieran estado dos horas castigados y se estuvieran ahogando. No lo entiendo.

A mí del cine no me va a echar ni siquiera el IVA. Me van a echar los que viven de él, por no mimarlo, por no cuidarlo y por tratar a quienes vamos como si fuéramos idiotas que no sabemos lo que estamos haciendo. Y sí, ya sé que el público sale corriendo antes del último beso o del último aliento de vida porque al final muere ella, pero de eso nos vamos a ocupar en la Tribu 2.0, de educar niños y niñas que sepan dar valor al cine como arte, como terapia, como placer, como una forma de escapar por un momento de un mundo real que está perdiendo el color y que no suena en dolbytechno.



De todo esto, y de mucho más, espero que podamos hablar en el I Encuentro de Cine y Educación que celebraremos el 4 de septiembre en el Espacio Fundación Telefónica con la Tribu 2.0 y gente muy importante que espero sea capaz de desmentir que "eso sea así".

5 comentarios:

  1. De eso nos vamos a ocupar, de decir que amamos lo que hacemos, que queremos que nos dejen hacerlo y que nos gusta trabajar con el cine , en el cine y con la gente del cine. Porque el cine es emoción, empatía, diversión, lágrimas, sonrisas...
    Mil gracias

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  2. Eso es así Lola, tal y como lo dices.
    Un beso

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  3. El CINE..., en el cine; pero no en esos mega-hiper multicines despersonalizados.
    Coincido también contigo Lola.
    Felipe

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  4. Contigo al 100½. Deseando vernos y seguir hablando de cine y educación
    estos 2 días. Más claro imposible.
    @RomeroCalero

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  5. Veo que las expectativas están muy altas para el evento del día 4, ¡yo también tengo las mías que espero ver cumplidas!
    No nos pueden acusar de no amar el cine, precisamente. Si lo dudan, los remitiré a tu entrada.
    Me ha gustado, y hasta emocionado, lo que has escrito. También cómo lo has escrito, enhorabuena.
    Nos vemos mañana. Que tengas un buen viaje.

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